ORAR HASTA ORAR
1. Ora hasta orar
2. Ora hasta que estés consciente de que te escuchan
3. Ora hasta que recibas una respuesta.
Esto nos resulta útil porque reconocemos que la oración no siempre es fácil. Muchas veces podemos sentir que estamos haciendo lo que tenemos que hacer, repasando una lista.
Las listas son útiles para la oración. Una vez me lamenté de ellas cuando mi madre me dijo: "Cuando vas a la tienda, ¿te parece que una lista es restrictiva?". Es un buen punto que cuando voy a la tienda, me aseguro de tener una lista para recordarme lo que necesito. Sin embargo, el peligro de la oración es que nos ponemos en piloto automático y pensamos que hemos orado al repasar nuestras listas.
Moody Stuart reconoce que necesitamos orar hasta que oremos. Es decir, en la oración nos relacionamos con Dios, tratando de poner delante de él nuestra absoluta impotencia. Es la expresión práctica de nuestra necesidad, sin él no podemos trabajar, no tenemos nada. Hay una confianza y dependencia de Dios que da expresión a la oración. Es un reconocimiento de que necesitamos a Dios y Dios es alguien que se ha acercado, que es capaz, que actúa, que ama y que da. Nuestros corazones se conmueven cuando ponemos delante de él su carácter y su naturaleza, y se nos recuerda nuestro privilegio.
Pasamos de repasar nuestra lista a darnos cuenta de que estamos en presencia de Dios, de que su Hijo está intercediendo por nosotros. Su Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y es en ese momento que podemos “derramar delante de él nuestro corazón” (Salmo 62:8). No tenemos por qué, ni podemos, ocultarle nada. Nos acercamos a Aquel a quien todos los corazones están abiertos, Él nos conoce, nos entiende y, sin embargo, nos ama apasionadamente. Se deleita en oírnos orar.
Esto lleva tiempo. En nuestras relaciones humanas, si queremos tener conversaciones importantes, sabemos que debemos dedicarles tiempo: dejar el teléfono a un lado, alejarnos de las pantallas. Con Dios sucede lo mismo. Por eso Jesús nos dice que vayamos a nuestro aposento (Mateo 6:6).
Necesitamos ver cuán fríos son a menudo nuestros corazones. Necesitan ser calentados por el amor y la gracia de Dios en su Hijo. Es al relacionarnos con Dios en su Palabra y en oración que el hielo de nuestros corazones se derrite. Cuando nuestras mentes y corazones comprenden el amor de Dios en Cristo, nuestros afectos se conmueven y nuestras voluntades se motivan. Nos damos cuenta de que cada momento nuestro es vivido delante de Dios por su Espíritu.
Orar hasta que estés consciente de ser escuchado.
Habiendo orado hasta orar, reconociendo quién es Dios y lo que ha hecho, comprendiendo su corazón por los pecadores, apropiándonos de su amor para su pueblo; entonces nos hacemos conscientes de que él nos ha escuchado.
A veces, en una conversación, la gente dice: "No quiero que hagas nada, sólo quiero que me escuches". A menudo es un grito de angustia, cuando alguien siente que no lo han escuchado. Es horrible sentir que no se escucha su voz.
No conozco la perspectiva del autor, y es posible expresar esas palabras como un acto de rebelión. Ciertamente no expresamos algo nuevo a Dios, pero también hay algo hermoso en estas palabras. Cuando nos presentamos ante Dios, Él escucha nuestra voz, no hay nadie insignificante para Dios, nadie que sea invisible. Más que eso, a Él le encanta escuchar a sus hijos. Puedes hablarle libremente. En Cristo tu voz es digna.
Es posible estar en una conversación en la que estás hablando con personas y tomar conciencia de que no te están escuchando; pero ese nunca es el caso con Dios. Moody Stuart nos instruye a orar hasta que seamos conscientes de que Dios nos ha escuchado.
Su tercera instrucción sigue a ésta: orad hasta recibir una respuesta.
Sabemos que no siempre responde “sí”, a veces dice “no”, y muchas veces dice “espera”, pero debemos llegar al punto en que seamos conscientes de que nos ha escuchado y nos ha respondido. El llamado a la oración es un llamado a la perseverancia: Jesús nos dice que “pidamos, busquemos, llamemos”
(Mateo 7:7-12) que sigamos pidiendo (Lucas11:8) y que no nos demos por vencidos (Lucas 18:1-8).
Hay muchas ocasiones en las que Dios nos pide que esperemos y la tentación para nosotros es darnos por vencidos. Como tú, hay personas por las que he estado orando durante décadas. Puedo pensar en una amiga no cristiana por la que creo que hemos orado casi todos los días durante 25 años y, sin embargo, ella todavía no ha confiado en Cristo. A menudo puedo sentir vergüenza de pedir lo mismo una y otra vez, pero Dios me anima a hacerlo. Cuanto más tiempo hemos orado por algo, más difícil es seguir adelante, pero la vida de fe es una que dice que no nos iremos, seguiremos llamando, seguiremos pidiendo. Dios nos ha dado este derecho y privilegio de acudir a él; no está harto de nosotros. Nuestras peticiones se harán más audaces, nuestra búsqueda será más intensa, nuestro llamado se hará más fuerte. No dejes de orar por las personas.
Una última cosa que resulta tentadora de leer y privatizar. La oración privada es esencial: Jesús la ordena, pero parece que la oración colectiva –donde la iglesia se reúne para orar– es la más frecuente en Hechos. Estas verdades de “orar hasta orar, orar hasta que seamos conscientes de ser escuchados y orar hasta que recibamos una respuesta” son igualmente aplicables a nuestras reuniones de oración en la iglesia. Hablan de urgencia, perseverancia, deliberación y tenacidad en la oración. Ojalá que eso nos caracterice cada vez más como iglesia.
Por: Carlos Benavides
No hay comentarios.:
Publicar un comentario