IGLESIA DE CRISTO

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ESTUDIOS BÍBLICOS

martes, 7 de enero de 2025

LA JUSTIFICACIÓN

 LA JUSTIFICACIÓN 


LA DOCTRINA CRISTIANA MAS IMPORTANTE

“TODO lo que pertenece a la vida y a la piedad nos ha sido concedido por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina” (2Pedro 1:3-4).

“Ahora, hermanos, os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados” (Hechos 20:32).

NOTA: La traducción de las Sagradas Escrituras que utilizaremos aquí es la revisión de 1960 de la Biblia “Reina-Valera”. Para el Nombre de Dios, en hebreo bíblico YHWH, utilizaremos la traducción Jehová, que en otras traducciones se lee como Yahweh o Yahveh, o más simplemente como El Señor. No debemos dejarnos influenciar por el mal uso de la forma “Jehová” que ha hecho un conocido grupo religioso en los últimos años, sino por el contrario, los cristianos debemos reivindicar dicho Nombre como el Nombre de nuestro Dios, “Quien estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo”.

INTRODUCCIÓN:

El centro y mensaje principal del Evangelio es éste: Dios, por medio de su Hijo Unigénito, nos ha justificado.

La palabra “Justificar”, en el hebreo del Antiguo Testamento “Tsadag”, y en el griego del Nuevo Testamento “Dikaióo”, significa en ambos casos “Declarar a alguien libre de culpa, declarar a alguien libre o inocente de sus cargos”. Esto es lo que Dios ha hecho con nosotros, por su gran Amor, a través de su Hijo Jesucristo.

CAPÍTULO I: LA CREACIÓN DEL HOMBRE

“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre A NUESTRA IMAGEN, CONFORME A NUESTRA SEMEJANZA; y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en TODA LA TIERRA, y en todas las bestias que se arrastran sobre la tierra. Y creó Dios al hombre A SU IMAGEN, A IMAGEN DE DIOS lo creó; “varón y hembra los creó.” (Génesis 1:26-27)

En el principio, como nos narra el libro del Génesis, Dios, en su infinito amor, creó al hombre con una personalidad (Alma) semejante a la suya:

“Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza (...) Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó”

De esta manera, no creó un robot perfectamente parecido a un “ser vivo” y programado para hacer exactamente su voluntad, sino que creó un ser libre dotado de vida propia, con capacidad y autonomía a la hora de tomar sus propias decisiones.

Luego Dios le dio al hombre libre albedrío. Esto significa que Dios puso el libre albedrío en el alma del hombre; es decir, le dio al hombre la capacidad de elegir qué hacer o no hacer, la capacidad de formar sus opiniones sobre las cosas y tomar sus propias decisiones.

Poseer libre albedrío también implicaba que Dios le dio al hombre autoridad sobre su propia vida.

La autoridad que el hombre recibió de Dios sobre su vida y sobre la creación lo hizo responsable ante Dios de las decisiones que tomaba.

Dios fue el dador de la autoridad y, por lo tanto, Aquel ante quien uno debe rendir cuentas.

Los hombres, desgraciadamente, queremos tener autoridad y libertad para hacer “lo que queramos”, pero no queremos entender que toda autoridad recibida implica también aceptación de responsabilidad.

Porque Dios hizo al hombre señor y gobernante de la tierra:

“DOMINAD los peces del mar, las aves de los cielos, los ganados, TODA LA TIERRA y todo ser viviente que se arrastra sobre la tierra.

También proporcionó al hombre un instrumento para diferenciar el bien del mal: la conciencia, ya que como gobernante y señor de la tierra, sus elecciones y acciones iban a tener un impacto significativo en ella.

La conciencia da al hombre la capacidad de distinguir el bien del mal, pero no es un instrumento para hacer el bien o el mal.

CAPITULO II: EL PORQUÉ DEL ARBOL DEL BIEN Y DEL MAL EN EL EDÉN: El origen del mal en el Universo. ¿Por qué existe el mal en el mundo si Dios es bueno?

“Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado. Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista y bueno para comer; también el ÁRBOL DE LA VIDA EN MEDIO DEL HUERTO, y el ÁRBOL DEL CONOCIMIENTO DEL BIEN Y DEL MAL (...) Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: DE TODO ÁRBOL DEL HUERTO PODRÁS COMER; pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; “Porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:8-9, 16-17) .

Nos preguntamos a menudo: “¿Por qué Dios, siendo amor, plantó en el jardín ese árbol que dio al hombre la posibilidad de desobedecerlo y comer su fruto mortal…?” La respuesta es que Dios, siendo amor, es totalmente Justo y Verdadero.

De alguna manera, Dios fue consecuente con su creación: tuvo que plantar ese árbol cuyo fruto producía la muerte, ya que si había creado al hombre a su imagen, con CAPACIDAD de decisión y de elección, tuvo que, para ser consecuente con su decisión de darle al hombre plena libertad y libre albedrío, darle al hombre la POSIBILIDAD de ejercer la capacidad de elección.

De lo contrario, es como si Dios hubiera dicho al hombre: “Te creo como un ser libre, sí, pero sólo para que hagas lo que Yo quiero que hagas”.

Al hacer eso, Dios habría ido contra su Justicia y su Verdad, y Dios no puede negarse a sí mismo. Dios ordenó al hombre no comer de ese árbol, advirtiéndole de sus terribles consecuencias, pero la decisión final de hacerlo o no pertenecía al hombre.

Algunos regímenes dictatoriales afirman ser democráticos e incluso permiten elecciones; pero sólo puedes votar por un partido: el que está en el poder. Esto es lo que parece que Dios quería evitar.

El primer capítulo del Génesis nos muestra que Dios creó una creación buena y perfecta, creó al hombre a su imagen y semejanza y dijo al contemplarlo que todo era muy bueno.

Si esto es lo que nos dice la Biblia, entonces ¿de dónde viene el mal que vemos a nuestro alrededor hoy en día?

Es necesario decir aquí lo que la misma Palabra de Dios nos muestra sobre el tema. 

Se nos cuenta que en un tiempo indeterminado, ocurrió una rebelión contra la autoridad y santidad de Dios: un ángel creado por Dios llamado Lucifer, deseaba ser como Dios, señor de su propio reino, y la única manera de lograrlo era separarse completamente de Dios y de su autoridad, escogiendo el único camino posible para ello, un camino perverso y terrible: La Muerte.

La muerte no es dejar de existir, la “muerte” en su sentido bíblico es un estado de existencia totalmente separado de Dios, que es lo que elegimos para nosotros mismos cuando pecamos.

Si Dios es Amor absoluto, Justicia y Santidad, el diablo escogió para sí el odio, la injusticia y el pecado: un camino terrible de tinieblas y mentira, de angustia, robo, destrucción y rebelión.

Al diablo se le unió una tercera parte de los ángeles: ellos también, de alguna manera, tenían la capacidad de elegir su propio camino, y así lo hicieron.

Así comenzó el mal, que es la negación de la naturaleza y los principios de Dios.

Dicho ángel pasó de ser llamado “Lucero” (Lit. Portador de Luz) a ser llamado “Satanás” (Lit. “el enemigo”, “el adversario”), los ángeles que lo siguieron perdieron su gloria junto con él y se convirtieron en demonios.

A diferencia de las religiones comunes del mundo, que nos presentan un “dios” de donde proviene todo, sea bueno o malo, la Biblia nos presenta un Dios de donde proviene todo lo bueno y perfecto, en Él no hay cambio y Su Amor permanece para siempre. Esto lo veremos en el próximo capítulo:


CAPÍTULO III: LA NATURALEZA DE DIOS: Vemos la naturaleza de Dios a través de Su Ley (Su Palabra)

«Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra: os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; ESCOGE, PUES, LA VIDA, PARA QUE VIVAS TÚ Y TU DESCENDENCIA; amar al Señor tu Dios, escuchar su voz y seguirlo; “PORQUE ÉL ES TU VIDA Y LA PROLONGACIÓN DE TUS DÍAS” (Deuteronomio 30:19-20)

Dios es el Dios de la vida, Su motivación para nosotros es que vivamos y seamos bendecidos, porque como dice la Escritura, Dios es Amor.

Tanto en el Jardín del Edén, como hemos visto, como cuando dio la Ley al pueblo judío, como hoy para cada uno de nosotros, Dios nos da la posibilidad de escoger entre la vida y la bendición o la muerte y la maldición; y como hemos visto, su deseo más profundo, que nos grita desde su Palabra, es que escojamos la vida, que le escojamos a Él, que escojamos a Jesucristo el Salvador.

Dios nos da la posibilidad de elegir nuestro futuro: Dios no es “fatalista”.

Una idea muy extendida en las diferentes religiones del mundo es hacer caer a las personas en el fatalismo (Islam, Hinduismo y Budismo con su ley del “Karma” y la reencarnación, “Cristianismo” de las apariencias y la religiosidad, etc.)

Las personas que creen que su vida ya está escrita y predeterminada, sea buena o mala, se vuelven pasivas, derrotadas y sin iniciativa, se convierten en personas aparentemente religiosas, pero sin vida interior.

Un pueblo pasivo es más fácil de subyugar y esclavizar. Dios nos muestra este principio en muchas ocasiones: nos dice que cosechamos lo que sembramos, sea bueno o malo, la parábola del sembrador, etc...

Dios es un Dios Bueno, Su Palabra es buena y verdadera, Su Palabra y Sus leyes son un reflejo de Su naturaleza, de Su bondad, de Su justicia, la Biblia nos declara que la Palabra misma es Dios, y que la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros: Jesús es la Palabra de Dios hecha carne, hoy Dios nos habla a través de su Hijo Único:

“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo (...) El cual es el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia” (Hebreos 1:1_3)


CAPÍTULO IV: EL PECADO DEL HOMBRE: ¿Qué es el “pecado”, cuáles son sus consecuencias y cuál es su castigo?

“Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; “PORQUE EL PECADO ES TRANSGRESIÓN DE LA LEY” (1 Juan 3:4)

Pecar es transgredir la Ley de Dios, es una elección contra Su Naturaleza, la cual está revelada en Su Palabra. Pecar es también cometer un “acto criminal” contra la Palabra de Dios, es algo moralmente malo que Dios nunca haría y que va contra Su Santidad y Su Justicia. Dios se siente herido cuando pecamos y está enojado con el pecador.

El pecado nos pone en una situación de culpabilidad ante Dios, de donde surge un temor al castigo que merece nuestro acto (ya que cuando pecamos nuestra conciencia nos acusa, aun cuando no queramos escuchar sus dictados).

Así como Adán y Eva se escondieron de la presencia de Dios después de pecar, el acto de pecar es en sí mismo un acto voluntario de separación de Dios:

“Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no escuchar.” (Isaías 59:2)

El pecado tiene consecuencias muy graves y no debemos tomarlo a la ligera, EL PECADO HIZO QUE LA HUMANIDAD PERDIERA SU ESTADO DE INOCENCIA ANTE DIOS (En otras palabras perdió su JUSTICIA).

Todo aquel que cometa diferentes acciones delictivas tendrá un “antecedente penal” donde quedará escrito todo lo malo que haya hecho esa persona, y que servirá para acusarla y condenarla en el día del juicio.

Con Dios las cosas funcionan de la misma manera, en (Apocalipsis 20:12__15) , se menciona el Juicio Universal y se mencionan dos libros: Uno es el Libro de la Vida, y el otro es un libro en donde están escritas todas las obras de todo ser humano que ha vivido en la tierra, y por el cual en ese día darán cuenta delante del trono de Dios de todo lo que hicieron con la autoridad sobre sus vidas que Dios les dio.

Dios es un Juez Justo y debemos entender que lo que condena a un criminal es su crimen; Si no hubiera cometido delitos no tendría que ser juzgado.

Lo que hace un juez es probar si el acusado es culpable o no, y si es culpable, toma el hecho cometido (el delito), y comprueba lo que dice la Ley sobre esa acción. Así se ve que dicha acción criminal es considerada culpable por la Ley y que existe un castigo debido a dicha culpa. La Biblia dice:

“LA PAGA DEL PECADO ES MUERTE” (Romanos 6:23)

No es Dios quien mata a nadie: Dios es un Dios de Vida, está a favor de la vida y no desea la muerte del pecador.

Es el pecado el que produce la muerte, así que, aunque un día Dios actuará como Juez y como nos dice en                      (Apocalipsis 20:12__15) y muchos otros lugares, habrá una parte de la humanidad que será arrojada a lo que la Biblia llama el “Lago de Fuego” o Infierno (Al cual la Palabra también llama la muerte segunda), no será Dios quien arroje a nadie allí, sino serán los pecados cometidos voluntariamente por las personas los que las arrojarán allí.

Aunque parezca paradójico, en esta vida decidimos dónde pasaremos la eternidad cuando muramos.

Si el hombre muere es porque ha elegido vivir separado de la Vida, que es y está en Cristo.

“En los últimos días vendrán burladores (...) diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? (...) pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos. Pero, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. Pero el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche…” (2 Pedro 3:3__10)

Dios es bueno y en su misericordia quiere que los hombres vivan, es un Dios lleno de paciencia y longanimidad. Dios es así, él retrasa el momento del juicio esperando que la mayor cantidad de gente posible se arrepienta primero (La Biblia dice que Él quiere que todos se salven).

Sabemos que desde el momento en que cometemos el primer acto criminal contra Dios, Él podría juzgarnos y condenarnos, y sin embargo, por Su misericordia, nos detiene la mano para darnos a lo largo de la vida la oportunidad de arrepentirnos una y otra vez.

Cada segundo, cada momento, millones de pecados se cometen delante de Él: Rebeliones; blasfemias y burlas contra su Nombre; Se cuestionan los valores cristianos, sustituyéndolos por formas religiosas con apariencia de piedad; En la televisión se muestra pornografía, mientras que Dios está prohibido; Hemos hecho de la lujuria algo natural; Las mentes de los niños son violadas con la programación televisiva; Las drogas, la prostitución y el tráfico de armas son los principales negocios del mundo; Se asesina a inocentes, millones de niños son abortados, destrozados en el vientre de sus madres; los hombres degradan la imagen de Dios en la que fueron creados con la homosexualidad; las familias se desintegran; El ocultismo y la brujería se anuncian en la televisión como algo normal, mientras que los programas o anuncios cristianos están prohibidos, etc.

Llegará el día en que todo hombre dará cuenta a Dios de lo que hizo o dijo, y mientras tanto Dios espera que los hombres cambien, aunque en su mayoría, en lugar de hacerlo, endurecen su corazón y pecan más, buscando nuevas y retorcidas formas de satisfacer sus pasiones, inventando nuevos y sofisticados pecados y añadiendo con ellos, gota a gota, hiel al cáliz de la ira de Dios.

Un día, trágicamente tarde para muchos, y terriblemente real, se darán cuenta de que sólo ganaron ira y resentimiento.

"Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos." Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también dijo: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley” (Santiago 2:10-11) .

Como vemos, no es necesario, como ocurre con las leyes de los hombres, cometer muchos crímenes para ser encontrado culpable y merecedor de castigo.

Un ladrón no necesita ser un asesino, un estafador, un calumniador o cualquier otra cosa para ser condenado por la ley, pero un hombre que se ha comportado toda su vida como el más ejemplar de los ciudadanos, y que un día decide robar un banco y es arrestado, difícilmente podrá alegar en su defensa que durante años pagó sus impuestos, fue a trabajar y se comportó honestamente: un solo delito hará que sea juzgado, condenado y castigado.

Con la Ley de Dios, nos enseña Santiago en los versículos que acabamos de leer, sucede lo mismo: basta que cometamos un pecado contra Dios para hacernos culpables ante su Ley.

Un solo pecado de un solo hombre, Adán, trajo terribles consecuencias: Muerte, oscuridad espiritual, un alma oscurecida sensible a múltiples sufrimientos (Angustia, miedo, soledad, odio, maldad, etc.) y un cuerpo que entró en un proceso de corrupción que acabó conduciendo a la muerte física, sujeto a enfermedades y pasiones desordenadas, etc.

“Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; "Porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de la corrupción" (Romanos 8:21-22).

“Y el diablo lo llevó a un monte alto y le mostró en un instante todos los reinos del mundo. Y el diablo le dijo: A ti te daré toda esta autoridad, y la gloria de ellos; “PORQUE A MÍ ME HA SIDO ENTREGADA, Y A QUIEN QUIERO LA DOY” (Lucas 4:5-6)

Un solo pecado de un solo hombre, Adán, a quien Dios había delegado su autoridad sobre la tierra, como vimos al principio, hizo que esa autoridad pasara al diablo, al reino de la muerte, donde reina la ley de la muerte, por lo que ahora es Satanás quien gobierna en este mundo (el mismo Jesús lo llamó “el príncipe de este mundo”).

Por eso la misma creación está sujeta a la corrupción, porque nosotros los hombres decidimos, mediante el pecado, mantenerla bajo los pies del diablo.

Es por eso que vemos todos los desastres y calamidades que vemos a nuestro alrededor hoy en día: Terremotos, enfermedades, inundaciones, guerras, calamidades, etc. No fue Dios quien diseñó la creación de esta manera, Dios creó todas las cosas buenas en gran manera, fue el pecado el que causó que esta sublime creación se corrompiera.

Si un solo pecado pudo hacer esto, pensemos en el terrible efecto que producen todos nuestros pecados, que cometemos día tras día ante los mismos ojos de Dios, en este mundo ya caído y afectado por la corrupción a que lo han sometido el hombre y el demonio.

Cada uno de los pecados que hayamos podido cometer en nuestra vida es suficiente (habría sido suficiente) para producir el mismo efecto que el pecado de Adán cometido en una creación perfecta.


EL PECADO ES MUY GRAVE, Y SUS CONSECUENCIAS TAMBIÉN ...

Hemos visto que con la caída una nueva ley comenzó a reinar sobre el hombre: el fruto del pecado, su paga, es la muerte, es el diablo que se había puesto como “autoridad” en el reino de la muerte.

De esta manera, el hombre se puso bajo el dominio de alguien (Satanás) y ya no era libre de hacer lo que quisiera. La naturaleza del hombre fue cambiada, como lo declara el mismo Jesús, ya no era “hijo de Dios”, sino “hijo del diablo”. Leer (Juan 8:39-47 y Efesios 2:1-3) .

El apóstol Pablo describió esta terrible situación del hombre diciendo:

“Porque sabemos que la ley es espiritual; Pero yo soy carnal, vendido al pecado. Porque no entiendo lo que estoy haciendo; Porque no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. (...) Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; Porque tengo la voluntad de hacer el bien, pero no la capacidad de hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. (...) Así que, cuando quiero hacer el bien, encuentro esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; Pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (Romanos 7:14-15, 18-19, 21-24) .

Pablo habla aquí de su trágica situación cuando vivía bajo la Ley de las obras (La Ley es tratar de hacer los mandamientos de Dios con nuestras propias fuerzas y así ganar el favor de Dios).

Menciona claramente la situación de todos nosotros antes de comenzar a caminar en la Ley de Vida en Cristo Jesús. Menciona cómo, queriendo con todas sus fuerzas cumplir la Ley y hacer el bien, lo único que encontró fue que algo dentro de él lo empujaba a hacer el mal, porque su voluntad no era libre al ser esclavo del pecado, el cual como hemos visto, movió a todo ser humano al reino de la muerte, donde Satanás tiene autoridad.

Lo puedes entender observando cómo los hombres buscan la paz con todas sus fuerzas, pero sin embargo la historia de las naciones está escrita con la sangre de múltiples guerras.

Lo que debemos entender con esto es que la Ley de Dios, escrita en mandamientos y ordenanzas, serviría si el hombre fuera libre.

Pensar entonces que podemos salvarnos haciendo buenas obras es una necia, porque nuestra voluntad no es libre para hacer el bien, y por muy buenos que seamos, con equivocarnos al cometer un pecado contra tan solo uno de los mandamientos de Dios, ya merecemos un castigo terrible.


“PORQUE LA PAGA DEL PECADO ES MUERTE” (Romanos 6:23) .

Por la Ley (Tratar de ser buenos y cumplir los mandamientos de Dios en nuestras fuerzas y así ganar y merecer la salvación) ningún hombre se salvará, porque es imposible cumplirla en todos sus puntos.

El hombre es incapaz de salvarse a sí mismo, el pecado lo controla, nos guste o no.

Somos totalmente incapaces de reconciliarnos con Dios por nuestras propias fuerzas, ya que la única posibilidad de hacerlo sería cumplir perfectamente mandamientos y leyes de la naturaleza divina que son imposibles de cumplir debido a nuestra naturaleza caída. Cuanto más intentábamos ser mejores, más veíamos nuestra condición de miserables pecadores.

Sólo el hombre está perdido, incapaz de ayudarse a sí mismo. Ninguna religión puede salvarlo, ya que todas se basan en la idea de "compensar" las malas acciones con acciones buenas y piadosas, lo cual es absurdo y contrario a la justicia de Dios, como vimos antes (robo y mato a alguien y para compensar ayudo a ancianas a cruzar la calle y pago mis impuestos...).


EL HOMBRE EN SUS FUERZAS Y CAPACIDADES ESTÁ PERDIDO, MUERTO EN SUS PECADOS, ES CULPABLE DE MUERTE ANTE DIOS Y SU SANTIDAD, MERECIENDO PASAR UNA ETERNIDAD EN TORMENTOS EN EL INFIERNO, ESCLAVO DEL PECADO Y DE LA CORRUPCIÓN. 

Querido lector: Lo visto hasta ahora es parte del mensaje del Evangelio, el hombre debe comprender su terrible situación y perspectiva de perdición eterna para darse cuenta de su urgente necesidad de UN SALVADOR:

"PORQUE DE TAL MANERA AMÓ DIOS AL MUNDO, QUE HA DADO A SU HIJO UNIGÉNITO, PARA QUE TODO AQUEL QUE EN ÉL CREE, NO SE PEREZCA, MAS TENGA VIDA ETERNA." “PORQUE NO ENVIÓ DIOS A SU HIJO AL MUNDO PARA CONDENAR AL MUNDO, SINO PARA QUE EL MUNDO SEA SALVO POR ÉL” (Juan 3:16-17)


CAPÍTULO V: CÓMO DIOS PUEDE JUSTIFICARNOS: ¿Qué es la justificación?

Acabamos de ver cómo el hombre se encuentra, por naturaleza, en una situación que le impide salvarse.

Si miramos las noticias de cada día, encontramos que no son nada esperanzadoras: Malos pensamientos, adulterios, lujurias, chismes, drogas, asesinatos y muertes, robos, egoísmos, maldades, engaños y fraudes, lujuria, envidias, malas palabras, arrogancia y orgullo y un largo etcétera de males que, enraizados en el corazón del hombre, destruyen y contaminan todo el bien que tratamos de crear.

A pesar de ello, el humanismo, un sistema de valores que nada tiene que ver con el cristianismo, enseña que el hombre es bueno por naturaleza y que son las circunstancias las que lo convierten en víctima.

Se enseña y se cree que si el hombre pudiera superar estas circunstancias, las cosas cambiarían a su favor.

Sin embargo, una simple mirada a la historia del hombre nos muestra que en los miles de años que llevamos sobre la tierra, no han sido las circunstancias las que han sido malas, sino que el hombre ha sido el malo y el que ha hecho que las circunstancias y su entorno sean malos.

Jesús mostró que el pecado y el mal provienen del corazón del hombre, de su naturaleza caída y pecadora.

El diablo no es el único responsable del pecado: el hombre es responsable y el hombre es culpable de todos los males que se cometen a nuestro alrededor.

"¿Qué aprovechará al hombre si ganare el mundo entero, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? (Mateo 16:26) .


La respuesta a esta pregunta de Jesús es: NADA.

Lo único que tenemos es precisamente eso: La Vida. Todos los hombres están en el mismo barco. Aun si un hombre común y corriente diera su vida y muriera por nosotros, de nada serviría, ya que cargaría con su propia culpa y responsabilidad (Sería como si un hombre arruinado y lleno de deudas quisiera pagar las nuestras en el mismo banco donde él es deudor).

Ni Confucio, ni Buda, ni Mahoma, ni ningún otro hombre sobre la tierra, excepto el Hijo de Dios hecho hombre, estaban libres del pecado, y ellos mismos estaban necesitados de un salvador.

"El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos" (Mateo 20:28) .

¡BUENA NOTICIA!, Jesús vino a dar su Vida por la nuestra. Jesús tenía algo que ofrecer: una vida sin pecado, limpia y santa.

Maravilloso Jesús, que vino no a servirse a sí mismo, sino a servirnos.

El plan de Dios fue este: poner nuestra culpa, nuestra condición de pecadores, sobre su amado Hijo. Para poner sobre Jesús toda y cada una de las malas acciones de la humanidad y traer sobre Él su justo juicio, redimiéndonos (comprándonos) para Sí con la preciosa sangre del Salvador Jesús.

Para esto, Dios, que es perfecto en todo, tuvo que hacer que ese Verbo (Palabra) que lo expresa totalmente, de tal manera que sea la imagen misma de Su Naturaleza y el resplandor de Su Gloria, esa Palabra que era Dios desde el principio, tomara la forma de hombre:

“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo y por quien asimismo hizo el universo; "El cual es el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia" (Hebreos 1:1-3) .

“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, Y EL VERBO ERA DIOS. (...) y aquel Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.” (Juan 1:1, 14) .

Jesús, el Hijo de Dios, que era Uno con Dios desde antes del principio de todas las cosas, que es Dios, se hizo hombre como tú y como yo para presentarse como representante de toda la humanidad; No podría ser una nueva creación en el sentido de un nuevo Adán, porque entonces no habría pertenecido a esa primera humanidad (a la que todos pertenecemos) que pecó (en Adán) y no habría tenido derecho a comparecer como nuestro representante ante el juicio de Dios. No habría pertenecido “biológicamente” (y perdóneme, querido lector, por la terminología) a esta humanidad caída y no serviría como su representante.

Los profetas dijeron que el Hijo que nos había nacido se llamaría “Emanuel”, es decir, “Dios con nosotros”, pero fíjese que dice “NOSOTROS”, nació, para “nosotros”, de nuestra propia carne, de nuestra propia humanidad. Leer ( Isaías 7:14 y 9:6)  .

Dios eligió a una joven virgen judía: María, y ella fue la verdadera madre de Jesús, de quien tomó su naturaleza humana.

No tuvo padre humano para ser limpiado del pecado inscrito en la sangre de la humanidad desde el pecado de Adán, el primer padre.

En este sentido, él nació como un acto soberano de Dios, por obra del Espíritu Santo, a semejanza del primer Adán, y su sangre era limpia, pura y santa, preparada para ser derramada por nosotros.

Jesús pasó por todas las facetas del hombre: infancia, adolescencia, madurez; Lo más interesante es el hecho de que participó en nuestra capacidad y posibilidad de elección. Jesús fue tentado porque como hombre tenía la capacidad de elegir pecar, pero no eligió pecar.

Jesús, a quien la Biblia llama el “segundo Adán”, eligió no pecar cuando enfrentó la tentación, a diferencia del primer Adán que eligió pecar.

Jesús fue tentado en todo: de niño fue tentado como son tentados los niños, de adolescente fue tentado como son tentados los adolescentes, y de adulto como son tentados los adultos, pero a diferencia de los demás seres humanos, no cometió un solo pecado.

Su vida fue un éxito total y una victoria cada día, cada momento. Su triunfo en la cruz, venciendo a la muerte, fue el fruto de una vida de victoria en lo cotidiano. Él nunca usó sus atributos Divinos para esto, sino que el éxito residió en una vida de sumisión a la voluntad del Padre bajo la Santa Unción del Espíritu Santo.

Podéis estar agradecidos a Jesús que hizo esto en vuestro lugar, Él sí se comportó como un verdadero hombre, y no como ese “mameluco” enfermizo y afeminado que nos han querido pintar en los cuadros religiosos. Jesús es el verdadero modelo de humanidad y de hombría.


“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos.” (1 Timoteo 2:5-6) .

No hay otro mediador válido entre Dios y los hombres que nuestro Señor Jesucristo, y esta es una realidad enfática en la Escritura, que las diversas religiones del mundo han tratado de ocultar: Ni los líderes religiosos, por buenos y santos que nos parezcan; ni gurús; ni santos; ni “vírgenes”; ni nadie más que Jesús de Nazaret.

Esta escritura enfatiza la humanidad de Jesús y que él es un mediador como hombre en nombre de toda la raza humana ante Dios.

No era Dios quien tenía que reconciliarse con el hombre, sino el hombre quien tenía que reconciliarse con Dios. Era el hombre el que tenía que venir a justificarse delante de Dios y ajustar cuentas con Él; Por lo tanto, la única forma de mediación fue que Jesús se entregara como pago por todos nosotros.


EL ACTO DE JUSTIFICACIÓN CONSISTE EN ESTO:

Como vimos en Apocalipsis hay dos libros, uno de ellos contiene todas y cada una de las acciones cometidas por los hombres: Este libro es el que nos acusa; El otro libro es la Ley de Dios, que nos condena a muerte por las cosas escritas en el primer libro: acusaciones y decretos contra nosotros que nos son desfavorables.

Lo que hizo Jesús al ir a la cruz del Gólgota a morir fue tomar el libro que nos acusaba donde estaban escritos todos nuestros pecados e inmundicias y se identificó totalmente con nuestros pecados, para que, como nuestro representante, todos y cada uno de los pecados de todo ser humano que ha vivido, vive y vivirá sobre la faz de la tierra, fueran puestos sobre Jesús: Él tomó nuestros pecados.

En esta condición, cargado con nuestros pecados y transgresiones a la Ley de Dios, compareció ante el Trono del Juicio de Dios, donde a causa de estos pecados fue separado de la comunión con Dios (Ya hemos visto que son nuestros pecados los que nos separan de Dios, por eso Jesús clamó en la cruz: «Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?»).

Delante de ese trono, Dios le trató conforme a nuestros pecados. ¡En Jesús, Dios estaba juzgándote a ti, a mí y a toda la humanidad! Las acusaciones por cada uno de nuestros pecados fueron puestas contra Jesús, y por eso Jesús no respondió ni abrió su boca, porque no tenía ni podía alegar nada en su defensa (Isaías 53:7) .

Cada acusación tenía un solo veredicto: ¡Culpable!, ¡culpable!, ¡culpable!... y una sola y terrible sentencia: ¡Digno de muerte!, ¡Digno de muerte!, ¡Digno de muerte!... (Recuerde que Dios dijo que la paga del pecado es muerte, léalo de nuevo) (Génesis 2:17 y Romanos 6:23) .

Por eso murió Jesús (recordemos que la muerte es separación de Dios, que es Vida, y no “dejar de existir”).

Jesús descendió al reino de la muerte, que es el reino de Satanás, y allí estaba, esta vez sin nuestros pecados, que ya habían sido pagados y castigados muriendo en la cruz. 

En esa condición, y estando allí en nuestro lugar; Jesús tenía algo que nadie más tenía y que sólo Él podía dar: SU VIDA SANTA, JUSTA E INOCENTE.

Así, al tercer día, Dios Padre proclamó sobre ese representante de todos nosotros que es Jesús, por su vida inocente, UN JUICIO DE JUSTIFICACIÓN, DE INOCENCIA, y... ¡¡¡JESUCRISTO RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS TAMBIÉN COMO NUESTRO REPRESENTANTE!!! Jesús volvió a la vida.

Aquel Glorioso y bondadoso Jesús, que nos recibió como éramos, con nuestros pecados e iniquidades y que tomó nuestros pecados, vino a identificarse con lo que éramos, para que ahora, si le recibimos, lleguemos a ser lo que Él es: JUSTOS ANTE DIOS.

Los libros de acusaciones están clavados en la cruz y nuestros nombres están escritos en el LIBRO DE LA VIDA.

“…anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Colosenses 2:14)

Podemos ir delante de Dios sabiendo que aunque la Ley todavía está allí y no ha cambiado, el libro que nos acusaba ha sido borrado, porque hubo Uno que lo hizo posible al derramar Su propia sangre.

Puedes ir delante de Dios, en Jesús, con la posición de NO CULPABLE.

Quien no recibe este don gratuito de Dios mediante la fe, un día tendrá que dar cuentas y responder por sí mismo ante el Trono del Juicio de Dios.

Si ahora, habiendo aceptado a Jesús, sois libres ante Dios, podéis ser libres ante los hombres y ante el diablo que os acusa.

Dios te ha dado Su Palabra de que ya no tendrás que pasar por juicio. Su trono ya no será un trono de condenación y juicio, sino un Trono de Gracia y Misericordia.

Por eso nosotros los cristianos predicamos este Evangelio (Buena Nueva):

"Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo. "PORQUE CON EL CORAZÓN SE CREE PARA JUSTICIA, PERO CON LA BOCA SE CONFIESA PARA SALVACIÓN" (Romanos 10:8-9) .

Para recibir este don gratuito no tenemos que hacer grandes esfuerzos con nuestras propias fuerzas, ni hacer penitencias ni procesiones, ni encender velas, leer mucho la Biblia, rezar o pedir mucho ni nada de eso; La salvación gratuita de Dios solo la debes aceptar por medio de la fe, que no es otra cosa que poner tu confianza en Él, haciendo a Dios digno de crédito (la fe no es, como algunos predican, una “fuerza”), comprometiéndote con Dios a hacer de Jesús tu Señor y tu Justicia.

La salvación es un regalo inmerecido que recibimos por la gracia y la bondad de Dios.

Es gracia sobre gracia, porque no sólo recibimos gratuitamente algo que no merecíamos, sino que también recibimos algo que no podríamos haber ganado de ninguna manera.

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; NO POR OBRAS, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:8-10). 

Es una gran ofensa a Dios pensar y predicar que podemos añadir algo a la obra perfecta y terminada de Cristo en la cruz del Calvario: Pagar dinero para comprar la salvación, ser “religiosos”, castigar nuestros cuerpos con penitencias, decir muchas oraciones o encender muchas velas o cosas similares.

Los jefes de las religiones que nieguen esto y que impidan a la gente común entrar en el Reino de los Cielos, cualquiera que sea su nombre o cualquier apariencia de piedad que presenten, bajo ropas especiales o actitudes religiosas, tendrán que dar cuenta de ello ante Dios en el día del Juicio Universal.

Os animo a leer los versículos que siguen a los escritos de esta porción de la carta del apóstol Pablo a los Colosenses.

“Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, Y VOSOTROS ESTÁIS COMPLETOS EN ÉL, que es la cabeza de todo principado y potestad.

En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo carnal en la circuncisión de Cristo; Sepultados con él en el bautismo, en el cual también fuisteis resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que lo levantó de entre los muertos. Y a vosotros, estando muertos en vuestros pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os ha reunido a sí mismo, perdonándoos todos los pecados. “Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que era contraria a ti, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Colosenses 2:8__15).

CAPITULO VI: EL NUEVO NACIMIENTO: Santificación y comentarios finales:

“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: EL JUSTO POR LA FE VIVIRÁ (Romanos 1:16-17). 

La justicia de Dios se revela en el Evangelio, que es la capacidad y el poder de Dios para la salvación, ya que al escuchar este anuncio, nos corresponde a nosotros hacer una elección.

Dios no obliga a nadie a aceptar la vida, sino que la pone delante de nosotros y somos nosotros quienes cerramos o abrimos nuestro corazón a su oferta. Es una decisión personal. Nadie puede elegir por otra persona, por lo tanto ser bautizado siendo niño no salva a nadie ni significa nada en este sentido, aunque se haya hecho con las mejores intenciones. Sólo somos salvos si lo queremos y así lo decidimos personalmente.

De la misma manera, la vida cristiana es un compromiso constante con Jesús y su obra aquí en la tierra: La Iglesia.

Es una elección diaria someterse a Él. Una decisión que sólo nosotros podemos tomar y que depende de nosotros.

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; LAS COSAS VIEJAS PASARON; TODOS SON NUEVOS AQUÍ. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; Os rogamos en el nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:17, 21).

Aquí sobresalen dos hechos fundamentales: por una parte, Dios nos ha hecho embajadores de Cristo para predicar y dar nuestros esfuerzos en el ministerio de la reconciliación a través de la Iglesia.




Por otro lado, se menciona un hecho aún más profundo que el de recibir el perdón, y es el hecho de que Dios ha cambiado nuestra vieja naturaleza por una nueva. Por tanto, para ser salvo y ver el Reino de Dios, el hombre debe nacer de nuevo.

“Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3).

El hombre necesita recibir un corazón nuevo, no podemos estar en Cristo sin ser una nueva creación. Puedes ir a la iglesia regularmente, nacer en una familia cristiana, leer la Biblia u orar, pero sin nacer de nuevo no puedes ver el Reino de Dios.

Cuando recibes a Cristo, a través de su Espíritu Santo que viene a morar en ti, eres creado de nuevo, dejas de ser el “viejo” Pedro o Juan, o María; y te conviertes en una nueva persona, pero no es un cambio externo en primer lugar, sino un cambio en tu espíritu, que de estar muerto y oscurecido, recibe la vida de Dios que es Cristo.

Cuando el corazón de una persona cambia, poco a poco ese cambio se irá reflejando en el exterior: Su forma de hablar, su forma de vestir, su forma de pensar, etc. comienza a cambiar según la nueva criatura que eres dentro.

La religión y el fariseísmo han pervertido esto diciéndole a la gente que tiene que vestirse de manera extraña o hablar en un tono de voz especial (de “santidad”) y realizar rituales extraños para ser “santos”. El Evangelio, como ves, querido amigo, poco o nada tiene que ver con la religión, sino que habla de una relación con Dios.

"Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino un espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios." (Romanos 8:15-16).

Has recibido una nueva identidad: eres el Hijo de Dios. Ya no eres un “hijo de ira” como dice la Biblia que éramos antes (Lee Efesios 2:1-10), ni eres un hijo del diablo, como Jesús llamó a los fariseos que hacían las obras del diablo (pecado). Ahora eres un hijo digno de Dios con la naturaleza de tu Padre morando en ti.


Así como vimos que la Ley de Dios era un reflejo de Su naturaleza santa, la nueva vida que Dios te ha dado a través del Nuevo Pacto en Jesús es la Naturaleza misma de Dios.


Recordemos lo que nos dice el apóstol Pedro en su segunda epístola (La leímos al inicio de este estudio en la introducción), que hemos sido hechos partícipes de la Naturaleza Divina. La Vida de Dios y la Ley de Dios son una misma cosa, la Ley, reflejo de Dios, está escrita en tu corazón.

“TODO lo que pertenece a la vida y a la piedad nos ha sido concedido por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:3-4).

Cuando naces de nuevo, es tu espíritu (En el griego original “Pneuma”, literalmente: “Viento”, “Aliento”, es decir, la Vida de Dios) el que lo hace: es una obra realizada y terminada.

Sin embargo, Dios sigue operando a través de Cristo en tu alma (En el griego original “Psyké”, literalmente “Aliento”, “Ser Viviente”, es decir, Voluntad, Inteligencia y Emociones), es el proceso de santificación por el cual tu vana manera de pensar y de actuar, conforme al viejo hombre es transformada por la Palabra y el Espíritu Santo.




Finalmente esta obra se consumará en la redención final de vuestro cuerpo, cuando en la resurrección o venida de Cristo, recibáis un cuerpo de gloria.




La obra de Jesús es completa y se desarrolla en el cristiano nacido de nuevo de la manera que acabamos de ver, por eso verás que aun siendo salvo y nacido de nuevo, puedes pecar en alguna ocasión -Ser cristiano no es ser “perfecto”-, o que malos hábitos del pasado quieran volver a esclavizarte.




Debes entender que el proceso de santificar tus pensamientos, hábitos, costumbres, etc. Se requiere una consagración a Dios a través del estudio de la Palabra, la oración y la vida de Iglesia en comunión con tus hermanos y hermanas, todo sobre la base de que ya eres salvo y santo por medio de Jesús, y que Dios no te aceptará más ni menos de lo que Él ya ha hecho por medio de Jesús.




“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; "Y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo" (Juan 2:1).




En los primeros versículos de la primera epístola del apóstol Juan, se nos habla del Poder de la sangre de Jesús, un poder superior al terrible poder del pecado. Por medio de este poder podemos vivir una vida cristiana con buena conciencia, sabiendo que en esta carrera hacia la meta habrá obstáculos que querrán interponerse en nuestro camino.




En el proceso de santificar nuestra vida, podemos cometer graves errores y pecar, por eso Dios mismo nos dice que si caminamos en la luz (es decir, somos honestos con Dios y reconocemos nuestros errores y pecados), la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado (leer el primer capítulo de 1 Juan).




Nuestros cuerpos aún no han sido transformados, por lo tanto todavía están sujetos a deseos que, aunque en principio son lícitos, han sido pervertidos y enloquecidos por el diablo, la carne y el mundo, pero viviendo según el Espíritu y no según la carne, podemos llevar una vida victoriosa.




Confesar nuestros pecados no es una fórmula mágica ni religiosa; Debemos dejarnos guiar por nuestra conciencia iluminada por la convicción del Espíritu Santo. Una vez que estamos convencidos de nuestra culpa, es cuando vamos a Dios y somos honestos con Él.

Él conoce nuestras debilidades y nuestras motivaciones, podemos declararle con confianza lo que hemos hecho y por qué lo hemos hecho sin tratar de excusarnos.

Dios nos perdona y olvida nuestro pecado al mirar la obra de Jesús en nuestro lugar (recuerda que tu justicia delante de Él es la que Cristo te ha dado). Puedes pedirle ayuda para cambiar y ser mejor con tus compañeros. Y

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Cristianismo primitivo

LA JUSTIFICACIÓN

LA DOCTRINA CRISTIANA MAS IMPORTANTE

“TODO lo que pertenece a la vida y a la piedad nos ha sido concedido por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina” (2Pedro 1:3-4).


“Ahora, hermanos, os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados” (Hechos 20:32).

NOTA: La traducción de las Sagradas Escrituras que utilizaremos aquí es la revisión de 1960 de la Biblia “Reina-Valera”. Para el Nombre de Dios, en hebreo bíblico YHWH, utilizaremos la traducción Jehová, que en otras traducciones se lee como Yahweh o Yahveh, o más simplemente como El Señor. No debemos dejarnos influenciar por el mal uso de la forma “Jehová” que ha hecho un conocido grupo religioso en los últimos años, sino por el contrario, los cristianos debemos reivindicar dicho Nombre como el Nombre de nuestro Dios, “Quien estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo”.

INTRODUCCIÓN:

El centro y mensaje principal del Evangelio es éste: Dios, por medio de su Hijo Unigénito, nos ha justificado.

La palabra “Justificar”, en el hebreo del Antiguo Testamento “Tsadag”, y en el griego del Nuevo Testamento “Dikaióo”, significa en ambos casos “Declarar a alguien libre de culpa, declarar a alguien libre o inocente de sus cargos”. Esto es lo que Dios ha hecho con nosotros, por su gran Amor, a través de su Hijo Jesucristo.


CAPÍTULO I: LA CREACIÓN DEL HOMBRE

“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre A NUESTRA IMAGEN, CONFORME A NUESTRA SEMEJANZA; y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en TODA LA TIERRA, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre A SU IMAGEN, A IMAGEN DE DIOS lo creó; “varón y hembra los creó.” (Génesis 1:26-27)

En el principio, como nos narra el libro del Génesis, Dios, en su infinito amor, creó al hombre con una personalidad (Alma) semejante a la suya:

“Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza (...) Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó”

De esta manera, no creó un robot perfectamente parecido a un “ser vivo” y programado para hacer exactamente su voluntad, sino que creó un ser libre dotado de vida propia, con capacidad y autonomía a la hora de tomar sus propias decisiones. 

Entonces Dios le dio al hombre libre albedrío. Esto significa que Dios puso el libre albedrío en el alma del hombre; es decir, le dio al hombre la capacidad de elegir qué hacer o no hacer, la capacidad de formar sus opiniones sobre las cosas y tomar sus propias decisiones.

Poseer libre albedrío también implicaba que Dios le dio al hombre autoridad sobre su propia vida.

La autoridad que el hombre recibió de Dios sobre su vida y sobre la creación lo hizo responsable ante Dios de las decisiones que tomaba.

Dios fue el dador de la autoridad y, por lo tanto, Aquel ante quien uno debe rendir cuentas.


Los hombres, desgraciadamente, queremos tener autoridad y libertad para hacer “lo que queramos”, pero no queremos entender que toda autoridad recibida implica también la aceptación de responsabilidad . 

Porque Dios hizo al hombre señor y gobernante de la tierra:

“DOMINAD los peces del mar, las aves de los cielos, los ganados, TODA LA TIERRA y todo ser viviente que se arrastra sobre la tierra.”

También proporcionó al hombre un instrumento para diferenciar el bien del mal: la conciencia, ya que como gobernante y señor de la tierra, sus elecciones y acciones iban a tener un impacto significativo en ella.

La conciencia da al hombre la capacidad de distinguir el bien del mal, pero no es un instrumento para hacer el bien o el mal.


CAPITULO II: EL PORQUÉ DEL ÁRBOL DEL BIEN Y DEL MAL EN EL EDÉN: 

El origen del mal en el Universo. ¿Por qué existe el mal en el mundo si Dios es bueno?

“Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado. Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista y bueno para comer; también el ÁRBOL DE LA VIDA EN MEDIO DEL HUERTO, y el ÁRBOL DEL CONOCIMIENTO DEL BIEN Y DEL MAL (...) Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: DE TODO ÁRBOL DEL HUERTO PODRÁS COMER; pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; “Porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:8-9, 16-17).

Nos preguntamos a menudo: “¿Por qué Dios, siendo amor, plantó en el jardín ese árbol que dio al hombre la posibilidad de desobedecerlo y comer su fruto mortal…?” La respuesta es que Dios, siendo amor, es totalmente Justo y Verdadero.

De alguna manera, Dios fue consecuente con su creación: tuvo que plantar ese árbol cuyo fruto producía la muerte, ya que si había creado al hombre a su imagen, con CAPACIDAD de decisión y de elección, tuvo que, para ser consecuente con su decisión de darle al hombre plena libertad y libre albedrío, darle al hombre la POSIBILIDAD de ejercer la capacidad de elección.

De lo contrario, es como si Dios hubiera dicho al hombre: “Te creo como un ser libre, sí, pero sólo para que hagas lo que Yo quiero que hagas”.

Al hacer eso, Dios habría ido contra su Justicia y su Verdad, y Dios no puede negarse a sí mismo. Dios ordenó al hombre no comer de ese árbol, advirtiéndole de sus terribles consecuencias, pero la decisión final de hacerlo o no pertenecía al hombre.

Algunos regímenes dictatoriales afirman ser democráticos e incluso permiten elecciones; pero sólo puedes votar por un partido: el que está en el poder. Esto es lo que parece que Dios quería evitar

El primer capítulo del Génesis nos muestra que Dios creó una creación buena y perfecta, creó al hombre a su imagen y semejanza y dijo al contemplarlo que todo era muy bueno.

Si esto es lo que nos dice la Biblia, entonces ¿de dónde viene el mal que vemos a nuestro alrededor hoy en día?

Es necesario decir aquí lo que la misma Palabra de Dios nos muestra sobre el tema.

Se nos cuenta que en un tiempo indeterminado, ocurrió una rebelión contra la autoridad y santidad de Dios: un ángel creado por Dios llamado Lucifer, deseaba ser como Dios, señor de su propio reino, y la única manera de lograrlo era separarse completamente de Dios y de su autoridad, escogiendo el único camino posible para ello, un camino perverso y terrible: La Muerte.




La muerte no es dejar de existir, la “muerte” en su sentido bíblico es un estado de existencia totalmente separado de Dios, que es lo que elegimos para nosotros mismos cuando pecamos.




Si Dios es Amor absoluto, Justicia y Santidad, el diablo escogió para sí el odio, la injusticia y el pecado: un camino terrible de tinieblas y mentira, de angustia, robo, destrucción y rebelión.




Al diablo se le unió una tercera parte de los ángeles: ellos también, de alguna manera, tenían la capacidad de elegir su propio camino, y así lo hicieron.




Así comenzó el mal, que es la negación de la naturaleza y los principios de Dios.




Dicho ángel pasó de ser llamado “Lucero” (Lit. Portador de Luz) a ser llamado “Satanás” (Lit. “el enemigo”, “el adversario”), los ángeles que lo siguieron perdieron su gloria junto con él y se convirtieron en demonios.




A diferencia de las religiones comunes del mundo, que nos presentan un “dios” de donde proviene todo, sea bueno o malo, la Biblia nos presenta un Dios de donde proviene todo lo bueno y perfecto, en Él no hay cambio y Su Amor permanece para siempre. Esto lo veremos en el próximo capítulo:






CAPÍTULO III: LA NATURALEZA DE DIOS: Vemos la naturaleza de Dios a través de Su Ley (Su Palabra)


«Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra: os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; ESCOGE, PUES, LA VIDA, PARA QUE VIVAS TÚ Y TU DESCENDENCIA; amar al Señor tu Dios, escuchar su voz y seguirlo; “PORQUE ÉL ES TU VIDA Y LA PROLONGACIÓN DE TUS DÍAS” (Deuteronomio 30:19-20)




Dios es el Dios de la vida, Su motivación para nosotros es que vivamos y seamos bendecidos, porque como dice la Escritura, Dios es Amor.




Tanto en el Jardín del Edén, como hemos visto, como cuando dio la Ley al pueblo judío, como hoy para cada uno de nosotros, Dios nos da la posibilidad de escoger entre la vida y la bendición o la muerte y la maldición; y como hemos visto, su deseo más profundo, que nos grita desde su Palabra, es que escojamos la vida, que le escojamos a Él, que escojamos a Jesucristo el Salvador.




Dios nos da la posibilidad de elegir nuestro futuro: Dios no es “fatalista”.




Una idea muy extendida en las diferentes religiones del mundo es hacer caer a las personas en el fatalismo (Islam, Hinduismo y Budismo con su ley del “Karma” y la reencarnación, “Cristianismo” de las apariencias y la religión, etc.).

Las personas que creen que su vida ya está escrita y predeterminada, sea buena o mala, se vuelven pasivas, derrotadas y sin iniciativa, se convierten en personas aparentemente religiosas, pero sin vida interior.

Un pueblo pasivo es más fácil de subyugar y esclavizar. Dios nos muestra este principio en muchas ocasiones: nos dice que cosechamos lo que sembramos, sea bueno o malo, la parábola del sembrador, etc...

Dios es un Dios Bueno, Su Palabra es buena y verdadera, Su Palabra y Sus leyes son un reflejo de Su naturaleza, de Su bondad, de Su justicia, la Biblia nos declara que la Palabra misma es Dios, y que la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros: Jesús es la Palabra de Dios hecha carne, hoy Dios nos habla a través de su Hijo Único:

“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo (...) El cual es el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia” (Hebreos 1:1-3)


CAPÍTULO IV: EL PECADO DEL HOMBRE: ¿Qué es el “pecado”, cuáles son sus consecuencias y cuál es su castigo?

“Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; “PORQUE EL PECADO ES TRANSGRESIÓN DE LA LEY” (1 Juan 3:4)

Pecar es transgredir la Ley de Dios, es una elección contra Su Naturaleza, la cual está revelada en Su Palabra. Pecar es también cometer un “acto criminal” contra la Palabra de Dios, es algo moralmente malo que Dios nunca haría y que va contra Su Santidad y Su Justicia. Dios se siente herido cuando pecamos y está enojado con el pecador. 

El pecado nos pone en una situación de culpabilidad ante Dios, de donde surge un temor al castigo que merece nuestro acto (ya que cuando pecamos nuestra conciencia nos acusa, aun cuando no queramos escuchar sus dictados).

Así como Adán y Eva se escondieron de la presencia de Dios después de pecar, el acto de pecar es en sí mismo un acto voluntario de separación de Dios:

“Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no escuchar.” (Isaías 59:2)


El pecado tiene consecuencias muy graves y no debemos tomarlo a la ligera, EL PECADO HIZO QUE LA HUMANIDAD PERDIERA SU ESTADO DE INOCENCIA ANTE DIOS (En otras palabras perdió su JUSTICIA).

Todo aquel que cometa diferentes acciones delictivas tendrá un “antecedente penal” donde quedará escrito todo lo malo que haya hecho esa persona, y que servirá para acusarla y condenarla en el día del juicio.

Con Dios las cosas funcionan de la misma manera, en Apocalipsis capítulo 10, 20, versículos 12 al 15, se menciona el Juicio Universal y se mencionan dos libros: Uno es el Libro de la Vida, y el otro es un libro en donde están escritas todas las obras de todo ser humano que ha vivido en la tierra, y por el cual en ese día darán cuenta delante del trono de Dios de todo lo que hicieron con la autoridad sobre sus vidas que Dios les dio.

Dios es un Juez Justo y debemos entender que lo que condena a un criminal es su crimen; Si no hubiera cometido delitos no tendría que ser juzgado.

Lo que hace un juez es probar si el acusado es culpable o no, y si es culpable, toma el hecho cometido (el delito), y comprueba lo que dice la Ley sobre esa acción. Así se ve que dicha acción criminal es considerada culpable por la Ley y que existe un castigo debido a dicha culpa. La Biblia dice


“LA PAGA DEL PECADO ES MUERTE” (Romanos 6:23)

No es Dios quien mata a nadie: Dios es un Dios de Vida, está a favor de la vida y no desea la muerte del pecador.

Es el pecado el que produce la muerte, así que, aunque un día Dios actuará como Juez y como nos dice Apocalipsis 20:12-15 y muchos otros lugares, habrá una parte de la humanidad que será arrojada a lo que la Biblia llama el “Lago de Fuego” o Infierno (que la Palabra también llama la muerte segunda), no será Dios quien arroje a nadie allí, sino serán los pecados cometidos voluntariamente por las personas los que las arrojarán allí.

Aunque parezca paradójico, en esta vida decidimos dónde pasaremos la eternidad cuando muramos.

Si el hombre muere es porque ha elegido vivir separado de la Vida, que es y está en Cristo.

“En los últimos días vendrán burladores (...) diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? (...) pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos. Pero, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. Pero el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche…” (2 Pedro 3:3-10)

Dios es bueno y en su misericordia quiere que los hombres vivan, es un Dios lleno de paciencia y longanimidad. Dios es así, él retrasa el momento del juicio esperando que la mayor cantidad de gente posible se arrepienta primero (La Biblia dice que Él quiere que todos se salven).

Sabemos que desde el momento en que cometemos el primer acto criminal contra Dios, Él podría juzgarnos y condenarnos, y sin embargo, por Su misericordia, nos detiene la mano para darnos a lo largo de la vida la oportunidad de arrepentirnos una y otra vez.

Cada segundo, cada momento, millones de pecados se cometen delante de Él: Rebeliones; blasfemias y burlas contra su Nombre; Se cuestionan los valores cristianos, sustituyéndolos por formas religiosas con apariencia de piedad; En la televisión se muestra pornografía, mientras que Dios está prohibido; Hemos hecho de la lujuria algo natural; Las mentes de los niños son violadas con la programación televisiva; Las drogas, la prostitución y el tráfico de armas son los principales negocios del mundo; Se asesina a inocentes, millones de niños son abortados, destrozados en el vientre de sus madres; los hombres degradan la imagen de Dios en la que fueron creados con la homosexualidad; las familias se desintegran; El ocultismo y la brujería se anuncian en la televisión como algo normal, mientras que los programas o anuncios cristianos están prohibidos, etc.

Llegará el día en que todo hombre dará cuenta a Dios de lo que hizo o dijo, y mientras tanto Dios espera que los hombres cambien, aunque en su mayoría, en lugar de hacerlo, endurecen su corazón y pecan más, buscando nuevas y retorcidas formas de satisfacer sus pasiones, inventando nuevos y sofisticados pecados y añadiendo con ellos, gota a gota, hiel al cáliz de la ira de Dios.

Un día, trágicamente tarde para muchos, y terriblemente real, se darán cuenta de que sólo ganaron ira y resentimiento. 

"Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos." Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también dijo: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley” (Santiago 2:10-11).


Como vemos, no es necesario, como ocurre con las leyes de los hombres, cometer muchos crímenes para ser encontrado culpable y merecedor de castigo.

Un ladrón no necesita ser un asesino, un estafador, un calumniador o cualquier otra cosa para ser condenado por la ley, pero un hombre que se ha comportado toda su vida como el más ejemplar de los ciudadanos, y que un día decide robar un banco y es arrestado, difícilmente podrá alegar en su defensa que durante años pagó sus impuestos, fue a trabajar y se comportó honestamente: un solo delito hará que sea juzgado, condenado y castigado.

Con la Ley de Dios, nos enseña Santiago en los versículos que acabamos de leer, sucede lo mismo: basta que cometamos un pecado contra Dios para hacernos culpables ante su Ley.

Un solo pecado de un solo hombre, Adán, trajo terribles consecuencias: Muerte, oscuridad espiritual, un alma oscurecida sensible a múltiples sufrimientos (Angustia, miedo, soledad, odio, maldad, etc.) y un cuerpo que entró en un proceso de corrupción que acabó conduciendo a la muerte física, sujeto a enfermedades y pasiones desordenadas, etc.

“Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; "Porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de la corrupción" (Romanos 8:21-22).

“Y el diablo lo llevó a un monte alto y le mostró en un instante todos los reinos del mundo. Y el diablo le dijo: A ti te daré toda esta autoridad, y la gloria de ellos; “PORQUE A MÍ ME HA SIDO ENTREGADA, Y A QUIEN QUIERO LA DOY” (Lucas 4:5-6)

Un solo pecado de un solo hombre, Adán, a quien Dios había delegado su autoridad sobre la tierra, como vimos al principio, hizo que esa autoridad pasara al diablo, al reino de la muerte, donde reina la ley de la muerte, por lo que ahora es Satanás quien gobierna en este mundo (el mismo Jesús lo llamó “el príncipe de este mundo”).

Por eso la misma creación está sujeta a la corrupción, porque nosotros los hombres decidimos, mediante el pecado, mantenerla bajo los pies del diablo.

Es por eso que vemos todos los desastres y calamidades que vemos a nuestro alrededor hoy en día: Terremotos, enfermedades, inundaciones, guerras, calamidades, etc. No fue Dios quien diseñó la creación de esta manera, Dios creó todas las cosas buenas en gran manera, fue el pecado el que causó que esta sublime creación se corrompiera. 

Si un solo pecado pudo hacer esto, pensemos en el terrible efecto que producen todos nuestros pecados, que cometemos día tras día ante los mismos ojos de Dios, en este mundo ya caído y afectado por la corrupción a que lo han sometido el hombre y el demonio.

Cada uno de los pecados que hayamos podido cometer en nuestra vida es suficiente (habría sido suficiente) para producir el mismo efecto que el pecado de Adán cometido en una creación perfecta. 


EL PECADO ES MUY GRAVE, Y SUS CONSECUENCIAS TAMBIÉN...

Hemos visto que con la caída una nueva ley comenzó a reinar sobre el hombre: el fruto del pecado, su paga, es la muerte, es el diablo que se había puesto como “autoridad” en el reino de la muerte.

De esta manera, el hombre se puso bajo el dominio de alguien (Satanás) y ya no era libre de hacer lo que quisiera. La naturaleza del hombre cambió, como lo declaró el mismo Jesús, ya no era “hijo de Dios”, sino “hijo del diablo” (Lea Juan 8:39-47 y Efesios 2:1-3).


El apóstol Pablo describió esta terrible situación del hombre diciendo:

“Porque sabemos que la ley es espiritual; Pero yo soy carnal, vendido al pecado. Porque no entiendo lo que estoy haciendo; Porque no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. (...) Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; Porque tengo la voluntad de hacer el bien, pero no la capacidad de hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. (...) Así que, cuando quiero hacer el bien, encuentro esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; Pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (Romanos 7:14-15,18-19,21-24).

Pablo habla aquí de su trágica situación cuando vivía bajo la Ley de las obras (La Ley es tratar de hacer los mandamientos de Dios con nuestras propias fuerzas y así ganar el favor de Dios). 

Menciona claramente la situación de todos nosotros antes de comenzar a caminar en la Ley de Vida en Cristo Jesús. Menciona cómo, queriendo con todas sus fuerzas cumplir la Ley y hacer el bien, lo único que encontró fue que algo dentro de él lo empujaba a hacer el mal, porque su voluntad no era libre al ser esclavo del pecado, el cual como hemos visto, movió a todo ser humano al reino de la muerte, donde Satanás tiene autoridad.

Lo puedes entender observando cómo los hombres buscan la paz con todas sus fuerzas, pero sin embargo la historia de las naciones está escrita con la sangre de múltiples guerras.

Lo que debemos entender con esto es que la Ley de Dios, escrita en mandamientos y ordenanzas, serviría si el hombre fuera libre. 

Pensar entonces que podemos salvarnos haciendo buenas obras es una necia, porque nuestra voluntad no es libre para hacer el bien, y por muy buenos que seamos, con equivocarnos al cometer un pecado contra tan solo uno de los mandamientos de Dios, ya merecemos un castigo terrible.


“PORQUE LA PAGA DEL PECADO ES MUERTE” (Romanos 6:23).

Por la Ley (Tratar de ser buenos y cumplir los mandamientos de Dios en nuestras fuerzas y así ganar y merecer la salvación) ningún hombre se salvará, porque es imposible cumplirla en todos sus puntos.

El hombre es incapaz de salvarse a sí mismo, el pecado lo controla, nos guste o no.

Somos totalmente incapaces de reconciliarnos con Dios por nuestras propias fuerzas, ya que la única posibilidad de hacerlo sería cumplir perfectamente mandamientos y leyes de la naturaleza divina que son imposibles de cumplir debido a nuestra naturaleza caída. Cuanto más intentábamos ser mejores, más veíamos nuestra condición de miserables pecadores.

Sólo el hombre está perdido, incapaz de ayudarse a sí mismo. Ninguna religión puede salvarlo, ya que todas se basan en la idea de "compensar" las malas acciones con acciones buenas y piadosas, lo cual es absurdo y contrario a la justicia de Dios, como vimos antes (por ejemplo, yo robo y mato a alguien y para compensar ayudo a ancianas a cruzar la calle y pago mis impuestos...)


EL HOMBRE EN SUS FUERZAS Y CAPACIDADES ESTÁ PERDIDO, MUERTO EN SUS PECADOS, CULPABLE DE MUERTE ANTE DIOS Y SU SANTIDAD, MERECIENDO PASAR UNA ETERNIDAD EN TORMENTOS EN EL INFIERNO, ESCLAVO DEL PECADO Y DE LA CORRUPCIÓN.

Querido lector: Lo visto hasta ahora es parte del mensaje del Evangelio, el hombre debe comprender su terrible situación y perspectiva de perdición eterna para darse cuenta de su urgente necesidad de UN SALVADOR:

"PORQUE DE TAL MANERA AMÓ DIOS AL MUNDO, QUE HA DADO A SU HIJO UNIGÉNITO, PARA QUE TODO AQUEL QUE EN ÉL CREE, NO SE PEREZCA, MAS TENGA VIDA ETERNA." “PORQUE NO ENVIÓ DIOS A SU HIJO AL MUNDO PARA CONDENAR AL MUNDO, SINO PARA QUE EL MUNDO SEA SALVO POR ÉL” (Juan 3:16-17)


CAPÍTULO V: CÓMO DIOS PUEDE JUSTIFICARNOS: ¿Qué es la justificación?

Acabamos de ver cómo el hombre se encuentra, por naturaleza, en una situación que le impide salvarse.

Si miramos las noticias de cada día, encontramos que no son nada esperanzadoras: Malos pensamientos, adulterios, lujurias, chismes, drogas, asesinatos y muertes, robos, egoísmos, maldades, engaños y fraudes, lujuria, envidias, malas palabras, arrogancia y orgullo y un largo etcétera de males que, enraizados en el corazón del hombre, destruyen y contaminan todo el bien que tratamos de crear.

A pesar de ello, el humanismo, un sistema de valores que nada tiene que ver con el cristianismo, enseña que el hombre es bueno por naturaleza y que son las circunstancias las que lo convierten en víctima.

Se enseña y se cree que si el hombre pudiera superar estas circunstancias, las cosas cambiarían a su favor.

Sin embargo, una simple mirada a la historia del hombre nos muestra que en los miles de años que llevamos sobre la tierra, no han sido las circunstancias las que han sido malas, sino que el hombre ha sido el malo y el que ha hecho que las circunstancias y su entorno sean malos.

Jesús mostró que el pecado y el mal provienen del corazón del hombre, de su naturaleza caída y pecadora.

El diablo no es el único responsable del pecado: el hombre es responsable y el hombre es culpable de todos los males que se cometen a nuestro alrededor.

"¿Qué aprovechará al hombre si ganare el mundo entero, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? (Mateo 16:26) .

La respuesta a esta pregunta de Jesús es: NADA.

Lo único que tenemos es precisamente eso: La Vida. Todos los hombres están en el mismo barco. Aun si un hombre común y corriente diera su vida y muriera por nosotros, de nada serviría, ya que cargaría con su propia culpa y responsabilidad (Sería como si un hombre arruinado y lleno de deudas quisiera pagar las nuestras en el mismo banco donde él es deudor).

Ni Confucio, ni Buda, ni Mahoma, ni ningún otro hombre sobre la tierra, excepto el Hijo de Dios hecho hombre, estaban libres del pecado, y ellos mismos estaban necesitados de un salvador.

"El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos" (Mateo 20:28) .

¡BUENA NOTICIA!, Jesús vino a dar su Vida por la nuestra. Jesús tenía algo que ofrecer: una vida sin pecado, limpia y santa. 

Maravilloso Jesús, que vino no a servirse a sí mismo, sino a servirnos.

El plan de Dios fue este: poner nuestra culpa, nuestra condición de pecadores, sobre su amado Hijo. Para poner sobre Jesús toda y cada una de las malas acciones de la humanidad y traer sobre Él su justo juicio, redimiéndonos (comprándonos) para Sí con la preciosa sangre del Salvador Jesús.

Para esto, Dios, que es perfecto en todo, tuvo que hacer que ese Verbo (Palabra) que lo expresa totalmente, de tal manera que sea la imagen misma de Su Naturaleza y el resplandor de Su Gloria, esa Palabra que era Dios desde el principio, tomara la forma de hombre:

“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo y por quien asimismo hizo el universo; "El cual es el resplandor de su gloria y la imagen misma de su sustancia" (Hebreos 1:1-3) .

“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, Y EL VERBO ERA DIOS. (...) y aquel Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.” (Juan 1:1, 14) .

Jesús, el Hijo de Dios, que era Uno con Dios desde antes del principio de todas las cosas, que es Dios, se hizo hombre como tú y como yo para presentarse como representante de toda la humanidad; No podría ser una nueva creación en el sentido de un nuevo Adán, porque entonces no habría pertenecido a esa primera humanidad (a la que todos pertenecemos) que pecó (en Adán) y no habría tenido derecho a comparecer como nuestro representante ante el juicio de Dios. No habría pertenecido “biológicamente” (y perdóneme, querido lector, por la terminología) a esta humanidad caída y no serviría como su representante.

Los profetas dijeron que el Hijo que nos había nacido se llamaría “Emanuel”, es decir, “Dios con nosotros”, pero fíjese que dice “NOSOTROS” nació, para “nosotros”, de nuestra propia carne, de nuestra propia humanidad (Isaías 7:14 y 9:6) .

Dios eligió a una joven virgen judía: María, y ella fue la verdadera madre de Jesús, de quien tomó su naturaleza humana.

No tuvo padre humano para ser limpiado del pecado inscrito en la sangre de la humanidad desde el pecado de Adán, el primer padre.

En este sentido, él nació como un acto soberano de Dios, por obra del Espíritu Santo, a semejanza del primer Adán, y su sangre era limpia, pura y santa, preparada para ser derramada por nosotros.

Jesús pasó por todas las facetas del hombre: infancia, adolescencia, madurez; Lo más interesante es el hecho de que participó en nuestra capacidad y posibilidad de elección. Jesús fue tentado porque como hombre tenía la capacidad de elegir pecar, pero no eligió pecar.

Jesús, a quien la Biblia llama el “segundo Adán”, eligió no pecar cuando enfrentó la tentación, a diferencia del primer Adán que eligió pecar.

Jesús fue tentado en todo: de niño fue tentado como son tentados los niños, de adolescente fue tentado como son tentados los adolescentes, y de adulto como son tentados los adultos, pero a diferencia de los demás seres humanos, no cometió un solo pecado. 

Su vida fue un éxito total y una victoria cada día, cada momento. Su triunfo en la cruz, venciendo a la muerte, fue el fruto de una vida de victoria en lo cotidiano. Él nunca usó sus atributos Divinos para esto, sino que el éxito residió en una vida de sumisión a la voluntad del Padre bajo la Santa Unción del Espíritu Santo.

Podéis estar agradecidos a Jesús que hizo esto en vuestro lugar, Él sí se comportó como un verdadero hombre, y no como ese “mameluco” enfermizo y afeminado que nos han querido pintar en los cuadros religiosos. Jesús es el verdadero modelo de humanidad y de hombría.

“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos.” (1 Timoteo 2:5-6).

No hay otro mediador válido entre Dios y los hombres que nuestro Señor Jesucristo, y esta es una realidad enfática en la Escritura, que las diversas religiones del mundo han tratado de ocultar: Ni los líderes religiosos, por buenos y santos que nos parezcan; ni gurús; ni santos; ni “vírgenes”; ni nadie más que Jesús de Nazaret.

Esta escritura enfatiza la humanidad de Jesús y que él es un mediador como hombre en nombre de toda la raza humana ante Dios.

No era Dios quien tenía que reconciliarse con el hombre, sino el hombre quien tenía que reconciliarse con Dios. Era el hombre el que tenía que venir a justificarse delante de Dios y ajustar cuentas con Él; Por lo tanto, la única forma de mediación fue que Jesús se entregara como pago por todos nosotros.


EL ACTO DE JUSTIFICACIÓN CONSISTE EN ESTO:

Como vimos en Apocalipsis hay dos libros, uno de ellos contiene todas y cada una de las acciones cometidas por los hombres: Este libro es el que nos acusa; El otro libro es la Ley de Dios, que nos condena a muerte por las cosas escritas en el primer libro: acusaciones y decretos contra nosotros que nos son desfavorables.

Lo que hizo Jesús al ir a la cruz del Gólgota a morir fue tomar el libro que nos acusaba donde estaban escritos todos nuestros pecados e inmundicias y se identificó totalmente con nuestros pecados, para que, como nuestro representante, todos y cada uno de los pecados de todo ser humano que ha vivido, vive y vivirá sobre la faz de la tierra, fueran puestos sobre Jesús: Él tomó nuestros pecados. 

En esta condición, cargado con nuestros pecados y transgresiones a la Ley de Dios, compareció ante el Trono del Juicio de Dios, donde a causa de estos pecados fue separado de la comunión con Dios (Ya hemos visto que son nuestros pecados los que nos separan de Dios, por eso Jesús clamó en la cruz: «Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?»).

Delante de ese trono, Dios le trató conforme a nuestros pecados. ¡En Jesús, Dios estaba juzgándote a ti, a mí y a toda la humanidad! Las acusaciones por cada uno de nuestros pecados fueron puestas contra Jesús, y por eso Jesús no respondió ni abrió su boca, porque no tenía ni podía alegar nada en su defensa (Isaías 53:7) .

Cada acusación tenía un solo veredicto: ¡Culpable!, ¡culpable!, ¡culpable!... y una sola y terrible sentencia: ¡Digno de muerte!, ¡Digno de muerte!, ¡Digno de muerte!... (Recuerde que Dios dijo que la paga del pecado es muerte; lea de nuevo (Génesis 2:17 y Romanos 6:23) .

Por eso murió Jesús (recordemos que la muerte es separación de Dios, que es Vida, y no “dejar de existir”).

Jesús descendió al reino de la muerte, que es el reino de Satanás, y allí estaba, esta vez sin nuestros pecados, que ya habían sido pagados y castigados muriendo en la cruz.

En esa condición, y estando allí en nuestro lugar; Jesús tenía algo que nadie más tenía y que sólo Él podía dar: SU VIDA SANTA, JUSTA E INOCENTE.

Así, al tercer día, Dios Padre proclamó sobre ese representante de todos nosotros que es Jesús, por su vida inocente, UN JUICIO DE JUSTIFICACIÓN, DE INOCENCIA, y... ¡¡¡JESUCRISTO RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS TAMBIÉN COMO NUESTRO REPRESENTANTE!!! Jesús volvió a la vida.

Aquel Glorioso y bondadoso Jesús, que nos recibió como éramos, con nuestros pecados e iniquidades y que tomó nuestros pecados, vino a identificarse con lo que éramos, para que ahora, si le recibimos, lleguemos a ser lo que Él es: JUSTOS ANTE DIOS.

Los libros de acusaciones están clavados en la cruz y nuestros nombres están escritos en el LIBRO DE LA VIDA.

“…anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Colosenses 2:14)

Podemos ir delante de Dios sabiendo que aunque la Ley todavía está allí y no ha cambiado, el libro que nos acusaba ha sido borrado, porque hubo Uno que lo hizo posible al derramar Su propia sangre.

Puedes ir delante de Dios, en Jesús, con la posición de NO CULPABLE.

Quien no recibe este don gratuito de Dios mediante la fe, un día tendrá que dar cuentas y responder por sí mismo ante el Trono del Juicio de Dios.

Si ahora, habiendo aceptado a Jesús, sois libres ante Dios, podéis ser libres ante los hombres y ante el diablo que os acusa.

Dios te ha dado Su Palabra de que ya no tendrás que pasar por juicio. Su trono ya no será un trono de condenación y juicio, sino un Trono de Gracia y Misericordia.

Por eso nosotros los cristianos predicamos este Evangelio (Buena Nueva):

"Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo. “PORQUE CON EL CORAZÓN SE CREE PARA JUSTICIA, PERO CON LA BOCA SE CONFIESA PARA SALVACIÓN” (Romanos 10:8-9).

Para recibir este don gratuito no tenemos que hacer grandes esfuerzos con nuestras propias fuerzas, ni hacer penitencias ni procesiones, ni encender velas, leer mucho la Biblia, rezar o pedir mucho ni nada de eso; La salvación gratuita de Dios solo la debes aceptar por medio de la fe, que no es otra cosa que poner tu confianza en Él, haciendo a Dios digno de crédito (la fe no es, como algunos predican, una “fuerza”), comprometiéndote con Dios a hacer de Jesús tu Señor y tu Justicia.

La salvación es un regalo inmerecido que recibimos por la gracia y la bondad de Dios.

Es gracia sobre gracia, porque no sólo recibimos gratuitamente algo que no merecíamos, sino que también recibimos algo que no podríamos haber ganado de ninguna manera.

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe ; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; NO POR OBRAS , para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:8__10) .

Es una gran ofensa a Dios pensar y predicar que podemos añadir algo a la obra perfecta y terminada de Cristo en la cruz del Calvario: Pagar dinero para comprar la salvación, ser “religiosos”, castigar nuestros cuerpos con penitencias, decir muchas oraciones o encender muchas velas o cosas similares.

Los jefes de las religiones que nieguen esto y que impidan a la gente común entrar en el Reino de los Cielos, cualquiera que sea su nombre o cualquier apariencia de piedad que presenten, bajo ropas especiales o actitudes religiosas, tendrán que dar cuenta de ello ante Dios en el día del Juicio Universal.

Os animo a leer los versículos que siguen a los escritos de esta porción de la carta del apóstol Pablo a los Colosenses. 

“Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, Y VOSOTROS ESTÁIS COMPLETOS EN ÉL , que es la cabeza de todo principado y potestad.

En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo carnal en la circuncisión de Cristo; Sepultados con él en el bautismo, en el cual también fuisteis resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que lo levantó de entre los muertos. Y a vosotros, estando muertos en vuestros pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os ha reunido a sí mismo, perdonándoos todos los pecados. “anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que era contraria a ti, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Colosenses 2:8-15) .


CAPITULO VI: EL NUEVO NACIMIENTO: Santificación y comentarios finales:

“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: EL JUSTO POR LA FE VIVIRÁ (Romanos 1:16-17) .

La justicia de Dios se revela en el Evangelio, que es la capacidad y el poder de Dios para la salvación, ya que al escuchar este anuncio, nos corresponde a nosotros hacer una elección.

Dios no obliga a nadie a aceptar la vida, sino que la pone delante de nosotros y somos nosotros quienes cerramos o abrimos nuestro corazón a su oferta. Es una decisión personal. Nadie puede elegir por otra persona, por lo tanto ser bautizado siendo niño no salva a nadie ni significa nada en este sentido, aunque se haya hecho con las mejores intenciones. Sólo somos salvos si lo queremos y así lo decidimos personalmente.

De la misma manera, la vida cristiana es un compromiso constante con Jesús y su obra aquí en la tierra: La Iglesia.

Es una elección diaria someterse a Él. Una decisión que sólo nosotros podemos tomar y que depende de nosotros.

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; LAS COSAS VIEJAS PASARON; TODOS SON NUEVOS AQUÍ. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; Os rogamos en el nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:17,21).

Aquí sobresalen dos hechos fundamentales: por una parte, Dios nos ha hecho embajadores de Cristo para predicar y dar nuestros esfuerzos en el ministerio de la reconciliación a través de la Iglesia.

Por otro lado, se menciona un hecho aún más profundo que el de recibir el perdón, y es el hecho de que Dios ha cambiado nuestra vieja naturaleza por una nueva. Por tanto, para ser salvo y ver el Reino de Dios, el hombre debe nacer de nuevo.

“Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3).

El hombre necesita recibir un corazón nuevo, no podemos estar en Cristo sin ser una nueva creación. Puedes ir a la iglesia regularmente, nacer en una familia cristiana, leer la Biblia u orar, pero sin nacer de nuevo no puedes ver el Reino de Dios.

Cuando recibes a Cristo, a través de su Espíritu Santo que viene a morar en ti, eres creado de nuevo, dejas de ser el “viejo” Pedro o Juan, o María; y te conviertes en una nueva persona, pero no es un cambio externo en primer lugar, sino un cambio en tu espíritu, que de estar muerto y oscurecido, recibe la vida de Dios que es Cristo.

Cuando el corazón de una persona cambia, poco a poco ese cambio se irá reflejando en el exterior: Su forma de hablar, su forma de vestir, su forma de pensar, etc. comienza a cambiar según la nueva criatura que eres dentro.

La religión y el fariseísmo han pervertido esto diciéndole a la gente que tiene que vestirse de manera extraña o hablar en un tono de voz especial (de “santidad”) y realizar rituales extraños para ser “santos”. El Evangelio, como ves, querido amigo, poco o nada tiene que ver con la religión, sino que habla de una relación con Dios.

"Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino un espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios." (Romanos 8:15-16).

Has recibido una nueva identidad: eres el Hijo de Dios. Ya no eres un “hijo de ira” como dice la Biblia que éramos antes (Lee Efesios 2:1-10), ni eres un hijo del diablo, como Jesús llamó a los fariseos que hacían las obras del diablo (pecado). Ahora eres un hijo digno de Dios con la naturaleza de tu Padre morando en ti.

Así como vimos que la Ley de Dios era un reflejo de Su naturaleza santa, la nueva vida que Dios te ha dado a través del Nuevo Pacto en Jesús es la Naturaleza misma de Dios.

Recordemos lo que nos dice el apóstol Pedro en su segunda epístola (La leímos al inicio de este estudio en la introducción), que hemos sido hechos partícipes de la Naturaleza Divina. La Vida de Dios y la Ley de Dios son una misma cosa, la Ley, reflejo de Dios, está escrita en tu corazón.

“TODO lo que pertenece a la vida y a la piedad nos ha sido concedido por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:3-4) .

Cuando naces de nuevo, es tu espíritu (En el griego original “Pneuma”, literalmente: “Viento”, “Aliento”, es decir, la Vida de Dios) el que lo hace: es una obra realizada y terminada.

Sin embargo, Dios sigue operando a través de Cristo en tu alma (En el griego original “Psyké”, literalmente “Aliento”, “Ser Viviente”, es decir, Voluntad, Inteligencia y Emociones), es el proceso de santificación por el cual tu vana manera de pensar y de actuar, conforme al viejo hombre es transformada por la Palabra y el Espíritu Santo.

Finalmente esta obra se consumará en la redención final de vuestro cuerpo, cuando en la resurrección o venida de Cristo, recibáis un cuerpo de gloria.

La obra de Jesús es completa y se desarrolla en el cristiano nacido de nuevo de la manera que acabamos de ver, por eso verás que aun siendo salvo y nacido de nuevo, puedes pecar en alguna ocasión -Ser cristiano no es ser “perfecto”-, o que malos hábitos del pasado quieran volver a esclavizarte. 

Debes entender que el proceso de santificar tus pensamientos, hábitos, costumbres, etc. Se requiere una consagración a Dios a través del estudio de la Palabra, la oración y la vida de Iglesia en comunión con tus hermanos y hermanas, todo sobre la base de que ya eres salvo y santo por medio de Jesús, y que Dios no te aceptará más ni menos de lo que Él ya ha hecho por medio de Jesús.

“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; "Y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo" (Juan 2:1).

En los primeros versículos de la primera epístola del apóstol Juan, se nos habla del Poder de la sangre de Jesús, un poder superior al terrible poder del pecado. Por medio de este poder podemos vivir una vida cristiana con buena conciencia, sabiendo que en esta carrera hacia la meta habrá obstáculos que querrán interponerse en nuestro camino.

En el proceso de santificar nuestra vida, podemos cometer graves errores y pecar, por eso Dios mismo nos dice que si caminamos en la luz (es decir, somos honestos con Dios y reconocemos nuestros errores y pecados), la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado (leer el primer capítulo de 1 Juan).

Nuestros cuerpos aún no han sido transformados, por lo tanto todavía están sujetos a deseos que, aunque en principio son lícitos, han sido pervertidos y enloquecidos por el diablo, la carne y el mundo, pero viviendo según el Espíritu y no según la carne, podemos llevar una vida victoriosa.

Confesar nuestros pecados no es una fórmula mágica ni religiosa; Debemos dejarnos guiar por nuestra conciencia iluminada por la convicción del Espíritu Santo. Una vez que estamos convencidos de nuestra culpa, es cuando vamos a Dios y somos honestos con Él.

Él conoce nuestras debilidades y nuestras motivaciones, podemos declararle con confianza lo que hemos hecho y por qué lo hemos hecho sin tratar de excusarnos.

Dios nos perdona y olvida nuestro pecado al mirar la obra de Jesús en nuestro lugar (recuerda que tu justicia delante de Él es la que Cristo te ha dado). Puedes pedirle ayuda para cambiar y ser mejor con tus compañeros. Esto es caminar en la luz con Dios. Él es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad.

Querido amigo, es mi deseo y oración que estas cosas que te he explicado aquí de una manera básica y muy torpe, cobren vida y tengan sentido en ti, con la ayuda del Espíritu Santo. Así sea con tu vida. Amén.

Esto es caminar en la luz con Dios. Él es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad.

Querido amigo, es mi deseo y oración que estas cosas que te he explicado aquí de una manera básica y muy torpe, cobren vida y tengan sentido en ti, con la ayuda del Espíritu Santo. Así sea con tu vida. Amén.

Por: Carlos Benavides 







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