IGLESIA DE CRISTO

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ESTUDIOS BÍBLICOS

miércoles, 11 de mayo de 2022

EL PROBLEMA DEL PECADO

 EL PROBLEMA DEL PECADO

Romanos 3.23; 6.23

¿Cómo puede ser salvo alguien si no sabe que está perdido? ¿Cómo puede decir alguien que el pecado no existe?

Un tema importante

El pecado es uno de los temas importantes de la Biblia. Dios dio la ley de Moisés para hacer a la gente consciente del pecado: «… ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado» (Romanos 3.20). Los judíos tenían razón cuando expresaron: «¿Quién puede perdonar pecados, sino solo Dios?» (Marcos 2.7; Lucas 5.21). Para la humanidad, ¡el problema del pecado es insuperable! El pecado no puede ser disimulado; solo puede ser perdonado. Cuando entendemos qué es el pecado, nos maravillamos, no porque a Dios le parezca difícil perdonar, ¡sino porque le parezca necesario hacer lo! ¿Puede el hombre en pecado ser salvo? ¿Puede Dios, quien es «santo» y está lejanamente separado del pecado, perdonar el pecado? (Isaías 6.3; vea Apocalipsis 4.8). Él es santidad trascendental. Es únicamente por la cruz que este Dios justo nos puede perdonar.  Consecuencias cósmicas Lo que Adán y Eva comieron no fue más que «un simple bocado de fruta». Sin embargo, ¡con eso fue su deficiente! No fue homicidio, ni inmoralidad, ni robo, ni   abuso, ni maltrato lo que se necesitó para coaccionar a la humanidad a cometer pecado. ¡Todo cambió en el cielo, en el infierno y sobre la tierra, cuando Adán y Eva pecaron! ¡Todo era diferente con Dios, con el hombre y con Satanás! Todo lo que había dentro del hombre cambió.  Este se apartó eternamente de Dios y se distanció de su pareja. La humanidad ya no sería la misma. Con razón Dios dijo a Adán: «¿Dónde estás tú?» (Génesis 3.9). ¡Lea Génesis 2 y 3 y estremézcase! El hombre es un pecador caído y condenado.   Este relato implica mucho más que «un simple bocado». Adán y Eva permitieron a Satanás entrar en sus vidas. Escucharon a Satanás, creyeron en este y le obedecieron. Desobedecieron a Dios. Dios es Dios, y es dueño del hombre, porque le asiste el derecho de haberlo creado. Adán y Eva se rebelaron contra la autoridad de Dios. Una persona solo puede ser tentada cuando es arrastrada por sus propias concupiscencias (Santiago 1.14). Peca en sus adentros antes de pecar externamente. El pecado es la elección suprema del ego. El pecado es no aceptar  que Dios sea Dios; es el hombre tratando de ser más que el hombre. El pecado es creer que sabemos más que Dios, o que estamos mejor informados que Dios. La relación del hombre con Dios está rota, ha sido traicionada y destruida. El pecado importa a Dios. En realidad, cuando el hombre peca, desea ser su propio dios.

Al estar separados de Dios, los pecadores están

muertos en sus pecados (Efesios 2). La paga del pecado

es muerte (Romanos 6.23). Nuestros pecados, si no son

perdonados, nos separan eternamente de Dios (Isaías

59.2–3). Toda la guerra, la violencia y el caos de la historia

comenzó con ese «simple bocado». Dios se lo dijo a Adán

antes de que jamás ocurriera. No obstante, Dios fue hecho

a un lado. A partir de entonces, Satanás ha sido el dios, el

príncipe y el padre de este mundo (Juan 8.44; 12.31; 14.30;

16.11; 2a

 Corintios 4.4).

Para ser salvos, los pecadores deben ver el pecado

como Dios lo ve. El arrepentimiento no vendrá mientras

los pecadores no perciban el horror del pecado. La gente

que no teme a Dios no teme el pecado. La gente que

tiene una visión santa de Dios, perciben la enormidad

del pecado.

Dios aborrece el pecado, y nosotros debemos abor-

recerlo también; sin embargo, es trágico que muchos no

aborrecen el pecado como pecado. Entre más santos llega-

mos a ser, más aborrecemos el pecado, porque entendemos

lo que hace a nuestra relación con Dios.

Desesperanzados e indefensos

El hombre en pecado no puede salvarse a sí mismo.

No puede ganar, comprar ni merecer la salvación. No

puede conocer lo suficiente, ni hacer lo suficiente, para ser

salvo. Todo lo que el pecador puede hacer es arrepentirse

y obedecer a Dios. Nadie más puede hacer esto por él.

Jesús no vino a morir por los dolores o los hábitos

que nos aquejan. Fue por nuestros pecados que Él murió

(Romanos 5.6, 8; 1era Pedro 1.18–19). Cuando venimos a Él 

somos lavados en Su sangre (1era Corintios 6.11; Hebreos

10.19; Apocalipsis 1.5; 7.14). Jesús fue hecho pecado, pero

no pecador (2a

 Corintios 5.14–21).

La elección es nuestra. Podemos hacer que nuestros

pecados sean castigados en la cruz, en la persona de

Jesús, o hacer que el castigo recaiga sobre nosotros, en el

infierno, por la eternidad.

Solo tenemos un modo como podemos hacer frente

a nuestros pecados: Debemos permitir que Jesús los per-

done. Para que Él haga así, debemos arrepentirnos de

nuestros pecados, morir a ellos, y hacer que sean lavados

en el bautismo. (Vea Hechos 2.38; 22.16; Romanos 6.1–7;

1era Pedro 2.24.)

Por : Carlos Benavides


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